Durante siglos, la historia oficial aseguró que la lepra fue una enfermedad traída por los colonizadores. Pero nuevos descubrimientos revelan una verdad inesperada: la lepra ya circulaba en América miles de años antes del primer o europeo.
La narrativa tradicional sobre la lepra sostenía que esta enfermedad llegó a América como parte del oscuro legado de la colonización europea. Sin embargo, una investigación liderada por el genetista Nicolás Rascovan, del Instituto Pasteur de París, ha demostrado que esta idea no solo es incorrecta, sino que subestima la complejidad de la historia médica del continente.
Junto con un equipo internacional de científicos y comunidades indígenas, Rascovan analizó ADN antiguo de casi 400 personas que vivieron en América mucho antes del siglo XV. Su objetivo era estudiar Mycobacterium lepromatosis, una variante poco conocida de la bacteria causante de la lepra, identificada por primera vez en 2008 en pacientes mexicanos.
Los resultados fueron tan sorprendentes como contundentes: restos óseos hallados en la frontera entre Alaska y Canadá, y en la costa sureste de Argentina, mostraron presencia de M. lepromatosis en personas que vivieron hace aproximadamente 1000 años. Esto indica que la lepra estaba presente desde mucho antes del o con Europa y que se había propagado a lo largo de más de 12,000 kilómetros.
Las diferencias genéticas entre las cepas halladas en ambas regiones también indican que existieron distintas variantes, lo que sugiere una propagación rápida y adaptativa de la bacteria por todo el continente en apenas unos siglos.
A diferencia de su pariente más conocida, Mycobacterium leprae, que deja signos visibles en los huesos y afecta principalmente los nervios, M. lepromatosis actúa de forma más silenciosa. Esta bacteria ataca los vasos sanguíneos, especialmente en piernas y pies, y puede provocar necrosis de la piel sin dejar señales esqueléticas duraderas.
Esto ayuda a explicar por qué la lepra nunca fue detectada antes en restos precolombinos: muchas personas pudieron morir por complicaciones sin que sus huesos mostraran huellas reconocibles de la enfermedad.
Además de las muestras antiguas, los investigadores estudiaron cepas modernas de M. lepromatosis encontradas en pacientes actuales de México y Estados Unidos. Descubrieron que casi todas las cepas actuales son prácticamente idénticas a las antiguas, lo que indica una sorprendente estabilidad genética a lo largo de los siglos.
No obstante, también identificaron una cepa muy antigua y única en una persona viva hoy en día que no coincidía con ninguna muestra arqueológica. Esto indica que al menos dos linajes distintos de la bacteria siguen circulando en América, junto a las cepas de M. leprae introducidas por los europeos después del siglo XV.
“La vigilancia es clave”, advierte Annemieke Geluk, investigadora de la Universidad de Leiden. “Necesitamos un esfuerzo global para identificar y mapear las cepas activas hoy en día”.
Así, lo que comenzó como una exploración del pasado termina iluminando un problema muy presente. Porque, como demuestra esta investigación, a veces la historia que creíamos conocer es solo una parte de un relato mucho más amplio y complejo.
Han, X.-Y., Rascovan, N., et al. (2024). Ancient genomes reveal pre-Columbian origins of leprosy in the Americas. Science, 384(6681), 1234–1238.